Todos alguna vez nos hemos visto envueltos en una estrategia para alcanzar nuestros objetivos más profundos en una relación de pareja. La verdad es que si necesitas usar «estrategias» para avanzar en una historia estás en un mal amor. Pretender alcanzar por medio del sufrimiento un resultado a favor es muy tóxico que te puede envolver en un juego de poder en el que gana el que menos necesita al otro. La verdad es que detrás de todo estrategia hay un hombre o una mujer que no quiere aceptar su vulnerabilidad frente al otro.
Es natural que toda relación pase por una fase de duda, pero lo que no es natural es que usemos métodos de presión para someter al otro a nuestros caprichos. El orgullo, la falsa dignidad, las posturas convenientes, no sólo nos alejan de la otra persona, nos alejan de nosotros mismos.
El amor requiere madurez. La madurez de aceptar lo que sentimos, como lo sentimos, como es, como nace, como surge. Si queremos que algo funcione necesitamos llenarnos de verdad y honestidad, aceptar nuestros anhelos, nuestras expectativas, nuestras debilidades, nuestros miedos, nuestras propias demencias, nuestra necesidad de controlar, de someter, pero también nuestra necesidad de conexión y amor.
Es increíble pero amamos nuestras «tragedias», nos cuesta muchísimo confiar en la bondad de los encuentros, en el sentido de nuestras relaciones, en el propósito de las crisis. Cuando las cosas no salen como esperamos nos cuesta muchísimo esperar, nos sumergimos en la ansiedad y en la mayoría de los casos nos volvemos torpes, rabiosos, agresivos, impulsivos.
Fingimos firmeza cuando estamos más miedosos que nunca, nos hacemos los «felices» cuando estamos ebrios de dolor, disimulamos nuestra tristeza con estados de «En manos de Dios, de la vida, la gracia etc.» y yo me pregunto: ¿para qué? y me respondo: para aparentar que no nos duele lo que pasa con esa persona. La pregunta es si en realidad no nos duele, entonces, ¿porqué esperamos desesperadamente que aparezca y que todo se resuelva?
Necesitamos renunciar a controlar al otro. A creer que nuestras emociones son más importantes que las del otro, que nuestro dolor o nuestro amor es más grande o legítimo que el de nuestra pareja. Queremos sobreprotgernos a nosotros mismos pero a la vez queremos que el otro si se exponga, si nos luche, si nos ruegue, si nos busque, pero nosotros mismos no queremos dar el brazo a torcer por que nuestro temor a ser rechazados nos impide aceptar nuestros sentimientos.
En muchas ocasiones en terapia he tenido la oportunidad de hablar con los dos miembros de la relación, en su espacio reconocen lo que verdaderamente anhelan, lo que extrañan a su pareja, lo que quisieran que pasara… Lo más curioso es que en la mayoría de los casos las dos partes quieren lo mismo y están esperando que el otro dé el primer paso, luche, o haga algo y mientras tanto sostienen una tóxica estrategia que envenena la confianza entre ellos, que envenena el amor, que envenena el corazón.
Walter Riso dice que un buen amor «pone las cartas sobre la mesa» y creo que es lo más sano y equilibrado. Sólo cuando somos capaces de expresar lo que realmente sentimos, bueno, malo, con miedo o sin él podemos liberarnos de nuestro miedo. La intimidad requiere sinceridad.
La manipulación jamás te llevará a un camino seguro, la manipulación es una tergiversación de nosotros mismos. Manipulamos con el silencio, con la aprobación, con el rechazo, con la culpa, con el dinero, con la sexualidad, con la distancia, con los celos y hasta manipulamos al fingirnos felices sin el otro. Mi pregunta es ¿cómo podemos tener relaciones auténticas y seguras con esas malas prácticas?
Silvio Rodríguez en su canción Oleo de una mujer con sombrero dice » la cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes, los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí ni el recuerdo los puede salvar». Joe Arroyo en el caminante tiene un verso: » jamás me detengo ni en el camino, ni en el amor». Los cito a ambos con la única intensión de reforzar el mensaje de este artículo y es que las historias de amor sólo se pueden construir con determinación, verdad y con el coraje de ser lo que somos, de aceptar lo que sentimos, de decir nuestra verdad asumiendo lo que tengamos que asumir por lo que ha ocurrido.
Es normal atravesar por momentos de tensión, de enfado, de rabia, de desilusión. La rabia es respuesta a una frustración y tenemos derecho a expresar nuestro malestar. Si alguien te falla es natural que esperes que lo repare, es obvio que si la falta fue muy grave incluso necesites marcar un precedente, pero no dejes que esos momentos de «aquietarse» comiencen a distorsionar tus sentimientos. Es preferible decir : » tengo miedo de no poder superar esto» a hacerse el digno y alejarse y como dicen por ahí «matar con indiferencia» porque esto segundo puede cambiar el juego en tu contra.
No hay nada más radiante que una conversación sincera. Donde sólo hablamos de como nos sentimos con lo que nos pasó. Se siente liberada el alma. Donde no importa quien gane, o quien pierda, lo que importa es que le damos al otro lo más valioso de nosotros: nuestra verdad, le contamos como lo vivimos, como lo sentimos, sin acusarlo, sin culparlo, sin pedir ni dar explicaciones, sólo asumiendo nuestra vulnerabildad y nuestro sentir.
No supongas, no adivines, no analices, no provoques, todo eso intoxica tu mente y frena tu corazón. Pregunta, habla. expresa lo que sientes. Al final la realidad que es la voz del alma siempre será más fuerte que la estrategia que nace en tu mente.